TOC

Operar el TOC: la neurocirugía como salida del laberinto

El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) puede convertir la vida en una cárcel de pensamientos y rituales. Cuando la terapia y los fármacos no bastan, la cirugía abre una vía inédita para recuperar la libertad perdida.

Imagen de archivo de una cirugía

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Imagínese pasar cada mañana más de una hora comprobando que las llaves estén en el bolsillo, que la puerta se haya cerrado correctamente, que el gas no quede abierto. O lavarse las manos hasta que la piel se agrieta. Quien sufre un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) malgasta horas en estos rituales y comprobaciones, atrapado en creencias que le impiden llevar una vida cotidiana. No hablamos de manías ni de costumbres: hablamos de una enfermedad mental reconocida que puede llegar a condicionar por completo la vida de quienes la padecen.

En España, se calcula que más de un millón de personas sufren algún grado de este trastorno. Un porcentaje nada menor —entre el 20% y el 40%— desarrolla formas crónicas, muy incapacitantes, que rompen vínculos sociales, bloquean carreras profesionales y empujan a la baja laboral. “Cada avance en este campo de investigación ayuda a transformar vidas”, recuerdan desde el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, donde la neurocirugía se ha convertido en un nuevo aliado frente al TOC.

La puerta de la cirugía

"El TOC sí se puede operar", afirma sin titubeos Laura Serrano, neurocirujana del CHUVI (Complejo Hospitalario Universitario de Vigo). No es una novedad experimental: el primer implante de electrodos para pacientes con este trastorno se realizó en 1999, tras comprobar que la técnica empleada en enfermos de Parkinson también aliviaba a quienes sufrían TOC severo.

La doctora describe con crudeza el perfil de los candidatos: “Son pacientes con síntomas graves y limitantes, que ya han agotado los tratamientos farmacológicos y psicológicos sin respuesta. Además, tenemos en cuenta que exista un recorrido posible de recuperación funcional e integración en la sociedad”. Son personas atrapadas en un día a día que no les permite vivir. “Dedican horas interminables a rituales y compulsiones, malgastando un tiempo precioso que les deja sin espacio para lo cotidiano. No pueden trabajar, no pueden mantener relaciones de forma saludable… en definitiva, no pueden desarrollar una vida mínimamente normalizada”.

El mapa eléctrico del cerebro

El quirófano se convierte en un tablero donde se juega con impulsos eléctricos. No hay bisturís que extirpen tejido, sino cables finísimos que buscan un punto concreto del cerebro. “Implantamos electrodos en zonas muy profundas, a través de pequeñas perforaciones en el cráneo. Esos dispositivos generan impulsos eléctricos que nos permiten modular los circuitos implicados en el TOC”, explica la doctora Laura Serrano, con la serenidad de quien ha repetido muchas veces una misma frase ante pacientes y familiares que llegan con más miedo que esperanza.

El objetivo no es prometer milagros, sino ofrecer alivio. “No vamos a curar la enfermedad, pero sí logramos que los síntomas se reduzcan y que el paciente recupere calidad de vida”. La clave está en los ajustes posteriores: secuencias eléctricas que se programan desde fuera, capaces de ampliar o reducir el campo de estimulación. “Dependiendo de la programación podemos modular también los efectos secundarios”.

El acompañamiento es constante. Durante meses, psiquiatras y neurocirujanos calibran el sistema en consultas periódicas. Un detalle resume el avance: “Hoy podemos modificar la frecuencia de estimulación desde fuera, incluso con una tablet, lo que nos permite adaptarla a cada paciente en tiempo real”.

Una oportunidad para los casos extremos

No todos los caminos llevan al quirófano. La cirugía es la última estación de un recorrido largo y agotador, reservado para quienes ya lo han intentado todo. “Solo la proponemos en casos muy graves, cuando el TOC ha arrinconado la vida del paciente y los tratamientos convencionales no han funcionado”.

La decisión nunca es automática: exige un comité médico, valoraciones exhaustivas y la certeza de que esa persona puede recuperar no solo autonomía, sino también su lugar en la sociedad. “Buscamos pacientes que, si logramos frenar la vorágine de obsesiones y compulsiones, tengan margen para reinsertarse, trabajar, relacionarse. En definitiva, volver a vivir”, señala la neurocirujana.

El reto científico es inmenso. Durante años, la cirugía cerebral se asoció casi en exclusiva al Parkinson. Hoy, sin embargo, la investigación ha abierto nuevas rutas: el avance tecnológico y el desarrollo de la neuroimagen han permitido explorar con mayor precisión estas técnicas, siempre dentro de equipos multidisciplinares que integran a psiquiatras, psicólogos y neurocirujanos.

“El mensaje es claro: el TOC es una enfermedad real, devastadora en muchos casos, pero la ciencia nos permite ofrecer alternativas. La cirugía no es la primera opción, pero sí puede ser la que devuelva la esperanza a quienes lo han intentado todo y aún siguen atrapados”, concluye la doctora Laura Serrano, neurocirujana del SERGAS -Servicio Gallego de Salud-

Volver a respirar

Manuel (nombre ficticio) tiene 21 años. Durante meses dejó de acudir a sus clases en la facultad por miedo a contaminarse. Apenas salía de su habitación y evitaba cualquier contacto que interpretara como un riesgo. El TOC había ido estrechando su mundo hasta casi borrarlo.

Tras años de medicación y terapia sin resultado, su nombre apareció en la lista de candidatos para la cirugía. Entró al quirófano con la sensación de estar dando un paso decisivo. Hoy, meses después, no habla de curación —los pensamientos no desaparecen del todo—, pero sí de vida. “Puedo ir a tomar un café sin miedo a quedarme atrapado en mis rituales”, asegura en una de sus revisiones.

Su historia no es excepcional, pero ilustra lo que significa abrir una puerta en mitad del laberinto. Para Manuel, y para otros pacientes como él, la neurocirugía no es solo una técnica sofisticada: es la posibilidad real de volver a respirar.

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