Investigación
Música y ciencia al unísono para sanar
La música ya no solo emociona: también modifica genes, proteínas y microbiota. El proyecto Sensogenoma, pionero a nivel mundial desde Santiago de Compostela, abre una nueva era en la investigación sobre autismo, Alzheimer y daño cerebral.

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En la sala apenas se escucha otra cosa que un violonchelo desplegando notas graves. Marcos, un joven con trastorno del espectro autista, cierra los ojos y sonríe. Su madre asegura que nunca había visto esa expresión en su rostro. No lo sabe, pero en ese mismo instante su cuerpo está cambiando: genes, proteínas y bacterias de su microbiota oral responden al estímulo musical. Lo que hasta hace poco parecía poesía hoy se convierte en evidencia científica.
El proyecto Sensogenoma, desarrollado en Santiago de Compostela, demuestra que la música no solo emociona, también modula la biología humana: altera la expresión de genes, modifica proteínas y reordena la microbiota en personas con autismo, Alzheimer o daño cerebral.
Un puente entre el arte y la ciencia
“Entendemos ahora que la música no es solo un estímulo cultural o emocional, sino un modulador biológico capaz de influir en el comportamiento de los genes, proteínas y microorganismos que afectan directamente la salud y el bienestar”, explica el genetista Antonio Salas. Y añade: “La clave es que estos cambios no son anecdóticos ni pasajeros, sino medibles con técnicas de genómica, proteómica o microbioma de última generación”.
El término sensogenómica fue acuñado por los grupos GenPoB y GenVip del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago, liderados por Salas y el pediatra Federico Martinón Torres, con la coordinación de la musicóloga Laura Navarro. En apenas tres años, el proyecto ha pasado de los primeros conciertos experimentales con la Real Filharmonía de Galicia a generar múltiples publicaciones internacionales y un premio del Instituto de Salud Carlos III.
Genes que bailan con la música
Los hallazgos son sorprendentes. En personas con TEA, la música modula genes relacionados con el desarrollo neurológico, la inmunidad o la función mitocondrial, además de alterar bacterias orales ligadas al trastorno. En pacientes con Alzheimer, influye en la microbiota y rutas genéticas asociadas a la neuroinflamación. En casos de daño cerebral, activa mecanismos de neuroplasticidad y reparación neuronal.
“Estamos ante un cambio de paradigma”, destaca Federico Martinón Torres, jefe de Pediatría del CHUS y referente internacional en investigación clínica. “La música no es solo un lenguaje emocional o cultural: es un estímulo capaz de dialogar con la biología. Hemos pasado de intuir sus beneficios a medirlos en genes, proteínas y microbiota. Y ese salto abre la puerta a pensar en terapias musicales con la misma seriedad con la que hoy hablamos de fármacos o vacunas.”
La idea rompe con un prejuicio histórico: que las terapias artísticas carecían de base científica sólida. Ahora, la música se presenta como una herramienta capaz de actuar sobre el eje oral-cerebro, conectando microbiota y función neuronal.
Historias que ponen rostro a la ciencia
Amelia, de 72 años, diagnosticada con Alzheimer, acude cada semana a talleres musicales. Su hijo cuenta que vuelve a tararear canciones de su juventud y, sobre todo, que “recupera un brillo en la mirada que creíamos perdido”.
Estos testimonios coinciden con la experiencia de asociaciones de pacientes que colaboran en Sensogenoma y en el proyecto europeo EUTERPE_adn, donde se combinan conciertos y análisis biológicos. “Integrar las voces de los pacientes nos permite medir no solo cambios moleculares, sino también mejoras en interacción social y calidad de vida”, añade Martinón.
El próximo movimiento: Sensogenoma25
El 3 de octubre, el Auditorio de Galicia volverá a ser un laboratorio vivo. La Real Filharmonía de Galicia y la Banda Municipal de Música de Santiago de Compostela interpretarán un repertorio secreto mientras se recogen muestras de sangre, saliva y lágrimas de los asistentes. Personas con TEA, daño cerebral o enfermedades neurodegenerativas participarán junto a voluntarios sanos.
La novedad: mochilas vibratorias para personas sordas, sensores inalámbricos y un dispositivo de enfermería desplegado en la sala. Todo por cinco euros la entrada, con inscripción previa como donante en la web del proyecto (www.sensogenomics.com).
Un cambio de paradigma
“Estamos al inicio de una transformación del modo en que entendemos la interacción entre música, genes y salud”, asegura Martinón. Para Salas, la relevancia de estos hallazgos reside en que “abrimos una vía objetiva, con datos biológicos sólidos, para demostrar que la música puede convertirse en una herramienta terapéutica real”.
Y la musicóloga Laura Navarro concluye: “Es emocionante comprobar cómo un lenguaje tan humano y universal como la música es capaz de generar cambios moleculares y, al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida de los pacientes”.
Lo que empezó como un concierto experimental es ya una revolución científica y humana. En cada acorde late la posibilidad de una nueva medicina: aquella en la que la partitura se escribe en el ADN. Donde música y ciencia suenan al unísono para sanar.
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