Invasión rusa de Ucrania
Los refugiados sienten con pesar su marcha de Ucrania: "No quiero vivir en otro país, amo Ucrania"
Los refugiados que huyen del horror de la guerra en Ucrania relatan sus sentimientos, mostrando añoranza por la patria que dejan atrás: "No quiero vivir en otro país, amo Ucrania".
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Son muchos los que dejan su país atrás, con muchos recuerdos, toda una vida en sus raíces, y, ahora, de repente, tienen que abandonarla. Ucrania es el símbolo de la parte más desafortunada de Europa. Lo fue en 1986, cuando pertenecía a la URSS, por el éxodo que provocó la catástrofe nuclear de Chernóbil, y, 36 años después, lo vive con el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial por la invasión rusa, con más de dos millones de refugiados.
La frontera con Polonia está blindada ante la llegada de cientos de miles de refugiados que huyen de las bombas y de las sirenas antiaéreas que resuenan con fuerza todas las noches en ciudades como Kiev, Járkov, Odesa o Mariúpol. Sin embargo, muchos de ellos se marchan con pesar, echando en falta su hogar apenas unas horas después de haberse ido.
Es el caso de Viktoria, una joven que, con su hermana, ha tenido que huir de Kiev, donde residían. Les cuesta mucho desprenderse de sus recuerdos y de la vida que han tenido allí. Incluso ella misma reconoce que siente cierta nostalgia al no estar en su hogar: "No quiero vivir en otro país, amo Ucrania", cuenta a Antena 3 Noticias. Otra refugiada nos cuenta que "es muy triste lo que pasa, y he llorado mucho por ello". Entre lágrimas, nos afirma que su padre se ha quedado luchando en el frente.
Los niños sufren graves consecuencias
Entre lágrimas, llantos y miedo, los niños siguen pagando la peor parte de la guerra. La mayoría de ellos tiene que marcharse del país ante el continuo ataque de las tropas rusas, el miedo de sus padres a que algo les ocurra, o las sirenas antiaéreas que les están causando muchísimo estupor, y que les hace imposible llevar una vida normal en su día a día.
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Esta semana, conocimos el caso de un niño de 11 años que había llegado solo a Eslovaquia con el número de teléfono apuntado en la mano. Sus padres vivían en la ciudad de Zaporiyia y enviaron a su hijo en un tren a otro país después de que Rusia atacara la central nuclear ubicada en esta ciudad, lo cual causó gran preocupación entre la comunidad internacional.
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