Estados
Unidos pasó veinte meses de pandemia con las mismas restricciones de viaje.
Ahora ha tardado menos de 1 semana en endurecerlas tras aparecer la variante ómicron. Eso da idea de la preocupación. Se
ha llegado a considerar la posibilidad de obligar a los pasajeros
internacionales a hacerse un prueba después de aterrizar e incluso una
cuarentena. Al final esto no se ha impuesto -pero las razones principales son
logísticas y económicas. Si los expertos sanitarios tuvieran la última palabra
quizá la decisión hubiera sido otra-.
De
momento esto es lo que se ha aprobado: todo viajero extranjero que tenga más de
18 años deberá estar vacunado y, además, quienes tengan más de 2 años deberán
hacerse una PCR o antígenos 24 horas antes de volar. Da igual si el pasajero ya
ha tenido coronavirus en el pasado, da igual el aeropuerto o país desde el que
despegue, da igual cuánto tiempo vaya a estar en EEUU. Hay excepciones menores
-algunos refugiados, diplomáticos o personas con condiciones médicas
particulares. Pero la tramitación de estas excepciones es enormemente compleja.
Medidas tomadas
Las
medidas pueden ser más o menos acertadas pero son sin duda comprensibles. Sin
embargo, es otro el problema de fondo para controlar la pandemia en Estados Unidos. El problema es que más de 100 millones de estadounidenses podrían
vacunarse y no lo hacen, otros 100 millones podrían ponerse la dosis de
refuerzo y no se la ponen y en torno a 100 personas mueren cada día de coronavirus
en el país. Es cierto que las diferencias entre estados son considerables.
Pero
también es cierto que incluso en destinos importantes como Nueva York, con
situación mejor que la media del país, los datos son solo moderadamente
aceptables. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York hay 1500 nuevos casos y 10
muertes de coronavirus cada día -después de haber fallecido por la infección
35.000 personas en total en la ciudad y 57.000 en el estado.
Es
decir, la administración Biden no ha conseguido superar la renuencia de más de
la tercera parte de la población a vacunarse. Gran parte de ello es la politización del
debate. Pero también ha llegado el momento de plantearse qué más está fallando
si los datos a favor de las vacunas son tan concluyentes, las cifras de
tragedias tan enormes y la resistencia a la solución, sin embargo, tan
invencible.