Terremoto
¿Puede el terremoto de Kamchatka desencadenar un tsunami como los de 2004 o 2011?
Qué condiciones geológicas deben cumplirse para que un sismo provoque un tsunami catastrófico y por qué el caso de Kamchatka mantiene al Pacífico en alerta.
- Última hora de la alerta de tsunami en el este de Rusia, Japón, Alaska y Hawái tras un terremoto en Kamchatka
- Vídeo: Impactantes imágenes de un quirófano ruso temblando por el terremoto mientras operan a un paciente
- El terremoto de Kamchatka genera un tsunami y es el mayor del siglo tras el de Japón en 2011

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Este martes, un terremoto de magnitud 8,8 sacudió el fondo marino a 130 kilómetros de la costa oriental de la península rusa de Kamchatka, generando alertas de tsunami en gran parte del Pacífico Norte y Sudamérica. Las olas golpearon la costa rusa con hasta cinco metros de altura, alcanzando ciudades como Sévero-Kurilsk, donde causaron daños en el puerto y en embarcaciones, y obligaron a evacuar zonas costeras. Además, provocaron evacuaciones preventivas en Japón, Hawái, Alaska, Colombia, Ecuador, Perú y Chile.
La sacudida fue registrada en cuestión de minutos en sismógrafos de todo el mundo, incluida España. Según el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), se trata del sexto terremoto más potente registrado instrumentalmente en la historia moderna. Pero la pregunta que inevitablemente surge es: ¿estamos ante un evento con potencial para generar un tsunami de escala catastrófica, como los que marcaron al planeta en 2004 o 2011?
La ciencia no trabaja con certezas absolutas, pero el análisis geológico y los precedentes históricos permiten extraer algunas claves.
Los tsunamis no los provoca el terremoto, sino el mar que se levanta
Para que un terremoto desencadene un tsunami, deben darse una serie de condiciones físicas muy concretas. La más importante es que el fondo oceánico se desplace verticalmente, lo que provoca una gran perturbación en la columna de agua situada encima. Esto ocurre cuando dos placas tectónicas convergen y, tras acumular tensión, una de ellas se eleva bruscamente —como si se soltara un resorte—. La onda generada se propaga por el mar a velocidades que pueden superar los 800 km/h.
En mar abierto, esa ola puede medir apenas unos centímetros. Pero al acercarse a la costa, donde el fondo marino se vuelve más somero, la energía se comprime, y el agua se eleva de forma súbita, generando olas destructivas. La forma del litoral, la profundidad del mar, la orientación del epicentro y la existencia de múltiples réplicas pueden multiplicar ese impacto.
Kamchatka cumple muchas de estas condiciones: está situada en una de las regiones más activas del planeta —el Cinturón de Fuego del Pacífico—, donde la placa del Pacífico se subduce bajo la placa norteasiática. Es un entorno geológico similar al que causó grandes tsunamis en Sumatra y Japón. La gran diferencia, de momento, está en el efecto humano y en el patrón de propagación de las olas.
¿Qué ocurrió en 2004 y 2011?
El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9,1 sacudió el fondo del océano Índico frente a Sumatra. Fue uno de los más largos jamás registrados —duró entre 8 y 10 minutos— y el deslizamiento del fondo marino fue tan masivo que generó un tsunami con olas de más de 20 metros en las costas de Indonesia, Sri Lanka, Tailandia e India. Murieron más de 230.000 personas.
En 2011, el terremoto de Tōhoku (Japón) alcanzó 9,0 grados y produjo un tsunami con olas de hasta 40 metros en ciertas zonas de la costa noreste japonesa. La tragedia se agravó con el colapso del sistema de refrigeración de la central nuclear de Fukushima, lo que desencadenó un accidente radiactivo de nivel 7 —el máximo en la escala del OIEA—.
En ambos casos, la clave no fue solo la magnitud del terremoto, sino su ubicación frente a costas densamente pobladas, el elevado desplazamiento vertical del lecho marino y la ausencia o fallo de sistemas de alerta eficaces.
¿Qué diferencia al terremoto de Kamchatka?
Los datos preliminares del USGS indican que el terremoto de Kamchatka fue generado por una falla de subducción inversa, con un componente vertical importante. La magnitud (8,8) es comparable a la de Japón 2011 y muy próxima a la de Sumatra 2004. También se trata de un sismo relativamente superficial, a solo 18 km de profundidad, lo que lo hace más eficiente para generar un tsunami.
Y sin embargo, las olas registradas hasta ahora han sido de menor envergadura: 3 a 5 metros en la costa rusa, algo más de 1 metro en Hawái, y apenas 30 cm en Japón. La razón parece estar en que el desplazamiento del fondo marino fue más localizado, y sobre todo, en que las zonas afectadas no están densamente habitadas, con la excepción de las islas Kuriles y algunas regiones de Japón.
Otra diferencia fundamental es que, hoy, el mundo está mejor preparado. Después de 2004, se amplió y modernizó la red global de boyas DART (Deep-ocean Assessment and Reporting of Tsunamis), que permite detectar en tiempo real la presencia de ondas de tsunami. Japón, EE.UU., Chile o Perú cuentan con protocolos de evacuación bien estructurados, y con sistemas de comunicación masiva inmediata.
¿Qué podemos esperar en las próximas horas?
Los riesgos no han terminado. Terremotos de esta magnitud suelen ir acompañados de una serie de réplicas, algunas de ellas tan potentes como el sismo principal. Según el Instituto de Geofísica de Rusia, hay una probabilidad significativa de que se produzcan eventos de magnitud 7 o superior en los próximos días. Si estos ocurren bajo el mar, el riesgo de nuevos tsunamis se reactivaría, especialmente en zonas ya golpeadas como las islas Kuriles o el norte de Japón.
Además, existe otro fenómeno menos conocido: los deslizamientos submarinos inducidos por el terremoto. Estos pueden generar tsunamis "secundarios" incluso horas después del evento principal, como ocurrió en la isla de Palu (Indonesia) en 2018.
¿Estamos preparados?
La respuesta depende del lugar. Japón y EE.UU. tienen sistemas de alerta de vanguardia. En América Latina, países como Chile y Perú han reforzado su capacidad de respuesta. Colombia, Ecuador y otros países del Pacífico han emitido recomendaciones preventivas, pero aún existen zonas vulnerables en términos de cobertura, preparación comunitaria y respuesta institucional.
El caso de Kamchatka también reabre un debate crucial: el desconocimiento —y la falta de cobertura sísmica— en zonas remotas del planeta. En regiones como el Ártico ruso, con baja densidad de población y limitada presencia institucional, los mecanismos de respuesta son más frágiles. Y sin embargo, son zonas clave para comprender los cambios tectónicos globales.
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