Tenis

La última lección de Federer y Nadal

El legado de 'Fedal': humildes ante el inevitable final y amigos después de una rivalidad legendaria, Federer y Nadal demostraron por enésima vez que los chicos también lloran.

Rafa Nadal y Roger Federer, emocionados en la Laver Cup

Rafa Nadal y Roger Federer, emocionados en la Laver CupEfe

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Con Roger Federer no se retira solo un deportista de carne y hueso: es el fin de una era y, sobre todo, de una rivalidad perfecta. Tanto, que el de Basilea deseó despedirse junto a Rafa Nadal, su némesis en la pista durante dos décadas. Fue la gran noche del suizo, acompañado de su gente y de todos sus amigos en la Laver Cup, pero no solo él acaparó los focos en Londres tras su decisión de decir adiós al tenis en compañía de Rafa. Suizo y español se citaron en innumerables finales, quitándose títulos pero, a la larga, dándoselos el uno al otro en una espiral que les elevó por encima de todos para seguir escalando hacia el mito; titanes a hombros de titanes. Ya desde Homero una epopeya, como ahora una película o una novela, valen tanto como la pugna entre sus héroes y, por eso, más allá de los 42 Grand Slam que han alumbrado, nos quedará para siempre el recuerdo de sus legendarios enfrentamientos. Por lo mismo Djokovic, el tercero en discordia con los mismos 'majors' que Roger, parece sin embargo un escalón por debajo de 'Fedal'.

Los números no sirven para explicar la emoción que les embargó tras su último partido juntos. Durante años representaron dos formas de entender el tenis deportiva y estéticamente: Nadal con su camiseta sin mangas, pura furia torera para resistir con sus mandobles la elegancia eficaz de Federer, el jugador con mejor técnica del tenis moderno, cuyo revés constituye un canon belleza. Si uno de los dos no hubiera existido, es seguro que el otro habría ganado más torneos; tan seguro como que sus leyendas serían más pequeñas. Se enfrentaron 40 veces, con 24 triunfos para Rafa y otros 16 para Roger. Sin embargo, un día tocaron juntos el cielo: todos los expertos coinciden en que las casi cinco horas de la final de Wimbledon de 2008 fue el culmen de sus duelos. Aquel día se vieron peloteos larguísimos, nunca paridos en hierba, y ambos deportistas se replicaron mutuamente: el helvético se hacía gigante desde el fondo de la pista y el balear imperaba en el saque y volea.

Los chicos también lloran, y lo hacen desde Boabdil gimiendo por la caída de Granada, Jesús penando en el huerto de los Olivos, el Cid lamentando su destierro o Aquiles sollozando por la muerte de Patroclo. Este fin de semana, en su último partido juntos, ellos tampoco pudieron reprimir las lágrimas: el suizo volvía la vista atrás mientras Nadal tal vez se veía ante el espejo de la retirada, consciente de estar en la recta final de su carrera. Una imagen que ha dado la vuelta al mundo, la coda magnífica a una rivalidad dentro de la pista que también fue un ejemplo de deportividad fuera de ella. En un mundo hedonista, individualista y competitivo, con padres que presionan a sus hijos para contender por ser los mejores desde su más tierna infancia, su amistad nos recuerda que a veces bien merece la pena ser segundos. Acaba septiembre con el cierre de la era isabelina, el ocaso del antifascismo en Italia y el adiós de Federer. Todo tiene su fin, pero Roger y Rafa nos dejaron una última lección: como diría la Mafalda de Quino, no lloraron, simplemente estuvieron lavando recuerdos.

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