Rafa Nadal

La clave filosófica de Rafa Nadal en su Roland Garros más inesperado

Por qué el legado de Rafa Nadal irá mucho más allá de 22 Grand Slam o 14 Roland Garros: el balear lucha cada bola como si fuera la última y nos enseña que ganar es pelear, dar lo mejor de uno mismo sobre la pista y en la vida.

Rafa Nadal en Roland Garros

Rafa Nadal en Roland Garros Efe

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Apenas dos días después de ganar su Roland Garros número 14, vimos a Rafa Nadal con muletas. El domingo amplió su ventaja sobre los titanes Djokovic y Federer, pero eso solo es estadística: su legado va mucho más allá de sus 22 Grand Slam. El balear tal vez no sea el deportista más mediático ni el más carismático, pero su lección de vida sobrepasa los límites de una pista de tenis. Apenas dos semanas antes de su campeonato fetiche, Nadal se fue de Roma cojeando. Carlitos Alcaraz, su cacareado heredero, había arrasado en Madrid, así como Djokovic en la Ciudad Eterna. No obstante, el manacorí es capaz de vencer como el Cid en la arcilla parisina: solo el dios Cronos podrá con él. Nadie tiene 14 Dakars, 14 Super Bowls, 14 Tours de Francia. Son números, esta vez de verdad, inalcanzables.

No son casualidad los tics de Nadal entre punto y punto: la colocación milimétrica de sus botellas, cómo dobla con esmero cada toalla o se coloca la bandana antes de servir... un ritual que le ayuda a reprogramar su sistema antes de volver a pelear de nuevo cada bola como si fuera la última, todo ello en pos de retrasar un poco más el final de su carrera deportiva. Su intensidad, su carácter ganador, su mentalidad competitiva, su concentración, anticipación y dominio del juego, todo eso configura la coctelera del éxito de un deportista que ahora solo juega para la Historia.

Tras irse a cinco sets contra Auger-Aliassime, llegó la final anticipada ante Djokovic en cuartos de final. El serbio venía más descansado y con ganas de vendetta tras perderse el Open de Australia, así que nada presagiaba que le fueran a inocular la pauta completa de nadalismo en la pista central de la 'ciudad del amor'. El balear arriesgó como nunca y ahí atisbamos su esencia: si Novak se dejó ir en el primer set pensando que estaba perdido y que el encuentro iba para largo, Nadal peleó cada punto, cada juego, cada set como si su propia vida dependiese de ello. Así fue como remontó un 5-2 en la cuarta manga para noquear a 'Nole' en el tie-break.

En 'semis' aguardaba Zverev, que nos había privado del partido más esperado tras tumbar a Alcaraz. El primer set duró lo que un partido de fútbol: 91 minutos. Todos temíamos por el pie dolorido del español, pero fue el pie de Zverev, llevado al límite por un Nadal exhausto, el que terminó por implosionar cuando todo, la pista húmeda y los raquetazos planos del germano, parecía conspirar contra elrey de París. Previamente, en la primera manga, Alexander había perdonado cuatro puntos de set: a Rafa tienes que matarlo y acudir al cementerio con regularidad para asegurarte de que no se levante.

La final fue un paseo, pero tuvo que jugar infiltrado para soportar el dolor. Nadal ha ganado tanto y a tantos que el mundo ha cambiado mucho desde que tenía 19 años: esta vez se medía al noruego Ruud, alumno de su Academia, quien no imaginaba que esa 'clase magistral' iba a ser gratis y televisada. Para la historia queda la imagen de ambos antes de salir a la Philippe Chatrier: cauto y parado el escandinavo mientras el 13 veces campeón esprintaba, saltaba e intimidaba con su sola presencia. Casper, a esas alturas, ya perdía 1-0 y debía sentirse como los esclavos antes de saltar al Coliseo; Nadal, por supuesto, era la fiera. Volvió a salir victorioso, cómo no, pero antes había dejado claro que querría un pie nuevo a otra 'ensaladera': "Prefiero perder la final, porque un pie nuevo me permitiría ser más feliz en mi día a día".

Ahí está la clave filosófica que explica la dimensión de Rafael Nadal Parera. Séneca y Epicteto ya enfatizaron que "la virtud es suficiente para la felicidad", y la mayor virtud del mallorquín estriba en su capacidad de lucha y resistencia: esto es una raqueta, esto es un partido de tenis, esto tiene que ganarse. Su felicidad reside en exprimir el día a día como si fuera el primero (o el último), pero también en el reconocimiento de que la vida está por encima del deporte y merece ser disfrutada plenamente. De esta manera, un sabio será emocionalmente resistente a la desgracia: "Fracasar solo es malo si no sabéis cómo levantaros y volver a pelear", apuntaba el español a los alumnos de su propia Academia. Dolor y gloria: lo segundo solo se alcanza a través del primero y, si ganar es importante, no digamos ya saber ganar y, desde luego, saber perder. No cabe la renuncia, no hay atajos al sacrificio para esta máquina de batallar que, sin embargo, después de haber ganado todo es consciente de que la naturaleza humana nos impele a buscar la felicidad: si el fin de un cuchillo es cortar, el del hombre no es otro que alcanzar una vida buena y plena.

Rafa Nadal es lo más parecido a un superhéroe de Marvel o DC y nunca veremos a nadie igual; nada tiene ya que demostrarnos ni que demostrarse a sí mismo. Su museo en la Rafa Nadal Academy no ha parado de crecer desde 2005, cuando empezó a sentir ese incesante dolor en el pie. Con el paso de los años hemos pasado de discutir si era el mejor deportista español de todos los tiempos a si era el mejor tenista o, incluso, el mejor deportista... a secas. También asombra por su humildad y discreción en tiempos de Kyrgios, estrellas mediáticas fugaces y ausencia de abnegación entre los jóvenes. Nadal nos enseña, con sus palabras y con sus hechos, que ganar es pelear, dar lo mejor de uno mismo sobre la pista y en la vida; la felicidad, el mayor trofeo.

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