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Contracrónica de la noche en que el mexicano se vistió de salvador
Chicharito pide más
Con la prórroga ya asomando, el '14' hizo estallar al Bernabéu con su primer gol en Champions tras 896 días.
Hay mil y una maneras de madurar: cuando vas al médico sin papá y mamá de la mano por primera vez, cuando tu pareja te dispara un "siéntate, que tenemos que hablar", cuando te miras al espejo una mañana cualquiera y te viene a la cabeza el crecepelos que viste anunciado de madrugada en la teletienda, o cuando te das cuenta de que las noches ya son menos divertidas y las resacas más largas. Y luego está el 'modus operandi' de Chicharito, que vive por y para la pelota -"El fútbol siempre ha sido mi vida", confesó en su primera entrevista en España, en 'El Chiringuito'- y que maduró este miércoles pasado ante el toro de la Champions, el animal más grande e inmisericorde.
El mexicano debió sentir cómo alcanzaba su punto de cocción a eso de las 20:37 h, cuando aguardaba con otros 21 tipos en el túnel de vestuarios del Santiago Bernabéu para saltar al césped y escuchar la música celestial con la que todos sueñan.
Ahí, entre el ansia, los nervios, la garra, las ganas y las intimidadoras arengas uruguayo-faraónicas de Godín, no encontró en su interior ni un solo cajón con dudas. Porque no podía ser otro; tenía que ser ese su momento, el primer partido del resto de su carrera. Habían pasado los meses en los que le era más costoso encontrar una oportunidad de Ancelotti que ropa de su talla en época de rebajas; había llegado su turno. Así que, como siempre, salió a comerse el césped, frase hecha que cualquier día convertirá en realidad con tanto hambre de fútbol como tiene el '14'.
El mejor en el primer periodo
Y es que, donde algunos se sentirían más solos que en el primer día de colegio, Chicharito eligió agigantar su figura de gladiador con botas. El mexicano le puso picante al partido, fue la salsa de todas las jugadas: entre los minutos 10 y 13 encadenó dos ensayos de gol; tres minutos más tarde apareció por la zona de carga y descarga, donde más daño hacen los delanteros sin siquiera mirar a la portería, y dejó un balón en la medialuna con el que Cristiano acarició el poste; en el 31' lo intentó de cabeza, en una demostración más de que el gol se busca por tierra, mar y aire. El Bernabéu entendió que el mexicano sería capaz de perseguir con ahínco un pase con dirección a Marte con tal de conseguir el tanto.
La primera parte concedió dos evidencias: Oblak era un muro y Chicharito, un obrero del gol con pico, pala y un asombroso e incansable poder de persuasión. Lucha, presión, desmarques, remates, descargas... El catálogo del delantero, proyectado fascículo a fascículo, le señalaba -no es la primera vez; tampoco será la última- como el jugador con más ganas de estar en ese campo y en ese momento.
Su gol llegó acompañado de recuerdos de Décima
Y en la segunda parte, igual: a los 20 segundos, sin aviso ni permiso, remató desviado un balón que Cristiano había peinado; en el 49' volvió a la carga, cruzando demasiado el balón tras una de las contadas veces que Isco agitó su varita; en el 81' logró el imposible de disfrazar a Godín de hermanita de la caridad. Controló el balón, se coló entre las piernas del gigante uruguayo y sólo Oblak, el mejor de los de rojo y blanco, le pudo parar.
Poco después entendió Chicharito -y el resto también- que nada había sido casualidad, que todo está rodeado de causalidad. Si no metió antes no fue por falta de méritos, ni de intentos, ni siquiera de puntería, sino porque el destino, tan suyo él, le había reservado algo mejor. Porque el gol, cuanto más tardío y decisivo, es más gol, aunque en el marcador siempre suba sólo una unidad. Y porque la mística de la final de Lisboa se paseó por Madrid con una suerte de juego de minutos: si en Da Luz el gol de Ramos llegó pasados dos minutos y 48 segundos del 90', en el Bernabéu, el de Chicharito quiso ser a falta de dos minutos y 48 segundos del 90'.
En Twitter: @MarioCortegana
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