Muere Diane Keaton
Diane Keaton: la risa nerviosa de Hollywood
“Nunca quise ser como las demás. Quise ser diferente. Y cuando lo logré, me di cuenta de que ser diferente no era lo importante, sino ser auténtica”. Con esta frase en unas declaraciones al diario británico The Guardian en 2014, Diane Keaton da sentido a toda su vida.

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Excéntrica, insegura, pero sobre todo auténtica. Así fue Diane Keaton, una mujer que hizo de la contradicción su refugio y de la autenticidad su bandera. Su vida, más que una biografía, fue una declaración de intenciones.
Nació como Diane Hall en Los Ángeles en 1946, pero por alguna razón -que quizá ni ella supo explicar-, en 1964 decidió mudarse a Nueva York y reinventarse. Tomó el apellido de soltera de su madre y con él construyó un personaje inolvidable: Diane Keaton. En la Gran Manzana de finales de los sesenta conoció a Woody Allen, con quien mantuvo una relación sentimental desde 1970. De esa unión nacería algo más duradero que el amor: una complicidad artística que marcó una época.
El éxito de Annie Hall
Con 'Annie Hall' (1977), esa comedia romántica neurótica y luminosa, ganó el Óscar a la mejor actriz y se convirtió en un icono. Hoy, Woody Allen se ha mostrado “extremadamente sorprendido y molesto” por su muerte, asegurando que ni siquiera sabía que estuviera enferma. Keaton, fiel a sí misma, no lo dijo a nadie. Prefirió que la recordaran con su risa nerviosa, esa que era tan suya, tan de verdad.
La fama le llegó antes, cuando Francis Ford Coppola la escogió para interpretar a la novia de Michael Corleone en El Padrino. Pero fue con Allen cuando encontró su tono: mujeres imperfectas, con dudas, sentimientos encontrados y problemas terrenales. Personajes tan llenos de matices como ella misma.
Nunca se casó. Siempre dijo que no necesitaba un matrimonio para sentirse completa. Y cuando ya había superado los 50, adoptó dos hijos, desafiando los convencionalismos de Hollywood.
Su imagen fue tan icónica como su talento. Con su ropa ancha, camisas masculinas, pantalones de pinzas y sombreros casi siempre puestos —“para protegerse del sol… y de la atención excesiva”— impuso un estilo que hoy sigue de moda. Keaton era su propio manifiesto estético.
Le ganó el pulso a Meryl Streep
A lo largo de su carrera, exploró todos los territorios del cine. En los años ochenta dio el salto a la dirección y firmó títulos como Heaven o Unstrung Heroes. En los noventa volvió a brillar como actriz en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), dirigida por Allen, y en Marvin’s Room (1996), donde su interpretación fue tan poderosa que incluso le ganó el pulso a Meryl Streep. En esa cinta compartía cartel con un joven Leonardo DiCaprio, ya en ascenso meteórico.
Su talento maduró sin perder frescura. En 2004, conquistó la taquilla con Cuando menos te lo esperas, junto a Jack Nicholson, papel que le valió el Globo de Oro y su cuarta y última nominación al Óscar.
Le apasionaban la arquitectura, el diseño y la fotografía. Restauraba casas antiguas en California, publicaba libros de imágenes y memorias llenas de ironía y ternura, y mantenía un peculiar hobby: coleccionaba recortes, postales, cartas… y figuras de Santa Claus.
Su trayectoria fue reconocida con numerosos galardones: un BAFTA, dos David di Donatello (uno honorífico), dos Globos de Oro y el premio del American Film Institute en 2017 por toda su carrera.
Diane Keaton fue, ante todo, una mujer que no quiso ser como las demás. “Quise ser diferente —dijo una vez—. Y cuando lo logré, entendí que lo importante no era ser distinta, sino ser auténtica”, dijo.
Y lo fue, hasta el final.
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