Cataluña
El caso de la 'supercentenaria' Maria Branyas desvela las claves genéticas y de estilo de vida que sostienen la longevidad
El Instituto Josep Carreras publica el estudio más completo de la mujer más longeva del mundo, que murió a los 117 años, y abre la puerta a avanzar en el conocimiento de enfermedades ligadas al envejecimiento.

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El secreto de una vida que supera con holgura los 110 años comienza a desvelarse. Investigadores del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras han analizado en profundidad el caso de Maria Branyas, fallecida en 2024 a los 117 años y considerada la persona más longeva del mundo.
El trabajo, liderado por el doctor Manel Esteller, constituye el análisis más exhaustivo realizado hasta la fecha de una supercentenaria y ha sido publicado en la revista Cell Reports Medicine.
El estudio confirma que la clave no está en un retraso uniforme del envejecimiento, sino en una coexistencia de fragilidad y fortaleza biológica. “Por primera vez es posible diferenciar factores asociados a un envejecimiento largo y saludable de aquellos que tienen que ver con pasar tiempo de vida. Pensamos que al envejecer tenemos más enfermedades, pero vemos en los supercentenarios que no es así”, explica Esteller en declaraciones a Antena 3 Noticias.
Los resultados de la investigación revelaron telómeros cortos y un sistema inmune proinflamatorio, signos inequívocos de vejez, pero también un perfil genético protector frente a enfermedades cardiovasculares y neurológicas, un microbioma dominado por bifidobacterias y una edad biológica inferior a la cronológica. En concreto, María tenía una edad biológica de 23 años menos.
El propio Esteller subraya que en las últimas décadas se ha visto que hay más personas centenarias que antes, pero en los últimos cinco se ha demostrado que hay más gente que consigue superar los 110 años. “Son personas con genes buenísimos, algo que sucede por azar, pero también tienen hábitos que les hace aumentar su esperanza de vida”.
En el caso de Branyas, esos hábitos resultaron determinantes: “los genes de María ya eran buenos, pero jugó bien sus cartas”, explica el Doctor, “a lo largo de su vida había evitado el consumo de tabaco y alcohol, no tomaba azúcares ni ultra procesados, hacía ejercicio, tenía un círculo social arraigado, etc.”. Y además, otra pieza clave en su alimentación: el aceite de oliva y la ingesta de muchos yogures —que hacían una especie de efecto antiinflamatorio en el intestino—.
El análisis confirma que María Branyas no padeció ninguna enfermedad que precipitara su muerte. “María no tuvo ninguna enfermedad que deteriorara sus últimos años de vida, es una excepción de la regla”, señala Esteller. Además, añade que la supercentenaria no tenía genes que provocaran estas enfermedades y, por otro lado, "tenía otros que se relacionan con un mecanismo evolutivo, de más longevidad, que se asocia con otros animales como perros o moscas”.
Este hallazgo convierte su caso en un modelo único para diferenciar entre lo que significa envejecer y lo que implica enfermar. Los investigadores creen que abrir esta puerta permitirá avanzar en el conocimiento de enfermedades ligadas al envejecimiento, como las hematológicas, y quizá diseñar terapias que logren reimpulsar una esperanza de vida que parece haberse estancado en las sociedades desarrolladas.
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