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El Disidente de la Vega

El Disidente de la Vega

-Imagen del festejo del Toro de la Vega, en Tordesillas

Imagen del festejo del Toro de la Vega, en TordesillasAgencia EFE

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Esta semana hemos celebrado las fiestas de Pyongyang. Es una semana muy especial para todos los pionyaneses a los que les añadimos dos botellas de rebujito y una de Pilycrim en sus cartillas de racionamiento. Los más jóvenes disfrutan de las atracciones de la feria: los tiovivos (la gente piensa que le he puesto este nombre a la atracción con recochineo), la noria y los tanques de choque con su banda sonora de Camela. Los mayores compran boletos de la tómbola para ver si les toca una bici o un saco de arroz, y juegan al tiro al opositor: si derriban tres opositores con la escopeta se llevan el oso de peluche. Las noches suelen terminar en la caseta del Partido Único cantando una de las canciones más populares de Corea del Norte: “La bomba”, pero no la de King África sino la de Ritchie Valens. "Para bailar la bomba se necesita un poquito de uranio, un poquito de uranio enriquecido y arriba y arriba. Yo no soy marinero, soy dictador, soy dictador, soy dictador".

Pero el verdadero evento, el que hace que a todos los norcoreanos se nos ponga como el rodillo de un panadero de la excitación es el Disidente de la Vega. Criamos a un disidente rodeado de lujos en el campo de reeducación para que finalmente sea lanceado honrando la tradición, pero el disidente no sufre. Esta costumbre nuestra tiene mucha oposición en el extranjero pero yo siempre les digo lo mismo a los de Derechos Humanos: yo respeto profundamente que vosotros no lanceéis disidentes, pero respetad vosotros que yo sí lo haga. Pues nada, esa gente no conoce la palabra respeto. Luego se quejan de mis prohibiciones pero se está poniendo occidente últimamente que no te puedes ni fumar un cigarrillo tranquilo en el quirófano.

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