Flooxer Now» Noticias

Liopardo

De cacería con Chiquito

De cacería con Chiquito

- El humorista Chiquito de la Calzada

El humorista Chiquito de la Calzada Agencia EFE

Publicidad

Pues a mí Chiquito no me hacía gracia. Lo siento. Sólo me recuerdo a mí mismo una vez riéndome con aquel hombre y fue hace 20 años en el cine. Fue viendo Papá Piquillo con unos amigos. Tendríamos unos 14 o 15 años y toda la tarde libre de preocupaciones. Nos meábamos de la risa con cada “Finstro” de la peli, pero es que mearnos de la risa era nuestro único oficio por aquel entonces. 24/7. No sólo nos meábamos de la risa porque Chiquito estuviera en la pantalla, también nos meábamos de la risa si la señora sentada en el asiento de delante se giraba para echarnos la bronca por mearnos de la risa demasiado, según su criterio. Y si al acomodador de la sala se le ocurría amenazarnos con echarnos de allí, la meada de risa se convertía directamente en catarata. Luego uno crece y controla esas pérdidas. Desde que crecí y se me pasó aquello del pavo extremo, el humor que me hace sonreír, sonreír mucho o –a veces me pasa- incluso soltar una carcajada, es un humor que está lejos de los movimientos de pierna de Chiquito. Ni mejor ni peor humor, sólo lejos de aquello. Cuestión de gustos. Mi cara en casa viendo por la tele los andares de Chiquito en pleno boom, mientras gritaba por la gloria de su madre y el público del plató se partía de la risa, era la misma que tenía ayer mismo viendo la información económica en el telediario de la primera. Sé que el problema lo tengo yo. Y me sabe mal en pleno homenaje a este hombre, pero es cierto: su humor me crea indiferencia. No me pasa lo mismo con sus imitadores. Me daba –y me sigue dando- rabia ver a alguien imitando a Chiquito. En realidad no es rabia exactamente lo que siento cuando veo a alguien llegar a un sitio diciendo “¿qué pasa, cobarrrde?”, o despedirse con un “hasta luego, Lucas”. En realidad es algo más que eso. Para más señas serían ganas de asesinar de una manera dolorosa. Qué le vamos a hacer si me imagino metiéndole al imitador alfileres entre cada una de las uñas de sus manos y susurrándole al oído “¿Puedorrr o no puedorrr clavarte otro?”. Pensar en imitadores de Chiquito me transporta a películas violentas. Jarl. Violencias y gustos personales aparte, con Chiquito, aquel tío que no me hacía gracia y que generaba imitadores que generaban violencia, me pasaba algo rarísimo que no me pasa con muchos de los humoristas que sí me hacen disfrutar y me sacan una carcajada: de alguna forma le tenía cariño. Parecía –y quienes lo conocían lo confirman- un tío entrañable. Yo nunca estuve con él pero una vez lo vi en un bar. Él estaba de cervezas con unos amigos, como Gregorio, no como Chiquito. Se notaba porque el que se reía era él. Sólo alguna carcajada, nada de mearse de la risa. Me hubiera gustado conocerlo. Creo que aunque le hubiese reconocido mi indiferencia ante su movimiento de cadera, hubiéramos podido disfrutar de unas cervezas y una charla. Probablemente yo hubiera soltado alguna carcajada escuchándolo contar anécdotas de cuando vivía en Japón, buscándose la vida de tablao en tablao flamenco en mitad de Tokio. Me hubiera reconocido que, por la gloria de su madre, lo divertido había sido su vida, todo lo que le había pasado fuera del show, las cámaras y la brutal moda que le hizo tener una vida más cómoda. Estoy seguro. Luego, unas cuantas cervezas después, hubiera salido el tema de sus imitadores. Él, que era buen tío, me hubiera dicho que un Jarl o un Te Da Cuén de otro lo entendía como un cariñoso abrazo de un desconocido. Eres demasiado buena gente, Chiquito, le hubiera dicho yo unas cervezas después, convenciéndole de la necesidad de exterminar a sus imitadores de inmediato. Era tan buen tío que me hubiese acompañado sólo por no quedar mal. Hubiéramos salido por las calles, palo en mano a lo Naranja Mecánica, de cacería. Él con sus andares graciosos y televisivos y yo forzando los míos macarras. A apalear imitadores. Mira, idiota, mira bien cómo se hace y no vuelvas a intentarlo nunca más, le gritaría yo al imitador, sentado en una esquina de un oscuro callejón, tapándose la cara asustado por nuestros bates de béisbol. Míralo, le gritaría. Entonces el imitador levantaría la cabeza y Chiquito se marcaría su movimiento de pierna y un Jarl que sonaría como los ángeles. ¿Ves, imbécil? Él sí puede. Aunque para mí no tenga demasiada gracia, él es original, entrañable e inventor de conceptos. Tú no eres nada de eso, tú sólo eres un maldito imitador, le gritaría. Luego golpearía la pared con el bate muy cerca de su cabeza y le gritaría que huyese de allí antes de que Chiquito y yo nos arrepintiéramos de dejarlo escapar con vida. Mientras el imitador estuviera escapando, espantado por lo que acababa de sufrir, Gregorio –salir de cacería con alguien da estatus de amigo- daría uno de esos saltos en el aire mientras le gritaría al tío: y no vayas a llamar a la menetérica. Ahí sí se me escaparía una carcajada. Descanse en Jarl. Las 20 palabras y expresiones más míticas de Chiquito de la Calzada
chiquitodelacalzadaportada.jpg
Liopardo | Liopardo

Publicidad