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La Biblia llegó a estar en el Indice de Libros Prohibidos

La Biblia llegó a estar en el Indice de Libros Prohibidos

-Biblia

BibliaPixabay

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Sí, ya sé que suena raro, pero así fue. Durante siglos la Iglesia trató de esconder su libro de cabecera, la Biblia. Cualquiera que le eche un vistazo al texto sagrado se dará cuenta de que como obra literaria no está mal, pero que en el resto flojea bastante: está lleno de contradicciones, errores históricos y científicos y en resumen, que no hay por dónde cogerlo. ¡Con razón mi Iglesia prohibió durante siglos su traducción a las lenguas vulgares, que eran las que entendía el pueblo! Si la gente lo leía cualquiera podría ver que mi libro era una chapuza y perder la fe, o peor aún, ponerse a plantear engorrosas preguntas que pudiesen hacérsela perder a otros.

Era mucho mejor encerrarla en el latín y dejar su exclusiva lectura en manos de mi Iglesia, que ya se encargaría ella de explicársela al vulgo. Además, muchas de las cosas que enseñaba mi Iglesia estaban basadas en la tradición y la gente se daría cuenta de que no venían en la Biblia, sino que más o menos las habíamos cogido de por ahí (por ejemplo, de los evangelios apócrifos, de donde vienen unas cuantas) o directamente nos las habíamos inventado según conviniese en cada momento.

¡Como os digo, llegamos a tener la Biblia en nuestro Indice de Libros Prohibidos! Un Indice que por cierto, duró desde 1559 hasta ¡1966! Las perniciosas obras de gente como Copérnico, Descartes, Voltaire, Rousseau, Kant, Hume o Sartre estuvieron incluidos en él. No se libró ni El Lazarillo de Tormes. Y tampoco se libraron buena parte de las novelas del siglo XIX. Los Miserables, de Víctor Hugo, permanecieron en el Indice ¡hasta 1959! Y en 1948 incluimos en él las obras completas de Sartre, un tipo muy peligroso que ahora se estudia en los institutos.

¡Os vais a condenar! Hoy por culpa de la imprenta y los malditos protestantes, que se empeñaron en traducirla, hay una Biblia en cada casa, pero os aseguro que durante mucho tiempo la Inquisición castigaba con la muerte su traducción o el simple hecho de poseer un ejemplar. Sí, hijos míos, hubo gente que ardió en la hoguera por leer la Biblia. No se libró ni el famoso poeta Fray Luis de León, que pasó casi cinco años en la cárcel. Todo esto os sonará extraño a vosotros, que no la leéis ni a tiros. Porque la Biblia es el libro más vendido y el menos leído.

Al fin y al cabo, ¿qué es el cristianismo? Gente que va todos los domingos a misa a que alguien les lea un libro que ellos no piensan leerse nunca. A pesar de toda la represión hubo algunas traducciones, claro, por esa manía que tenéis de conocer, la maldita curiosidad que os hizo morder de la manzana, pero no gracias a mi Iglesia. En 1199 el Papa Inocencio III ya calificó de herejes a quienes se atreviesen a traducir la Biblia al francés. y para ello citó unas palabras mías del Evangelio de Mateo: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos” Hoy os habéis pasado al polo opuesto: hay traducciones de la Biblia para todos los gustos, y donde una escoge una palabra otra escoge otra a veces bien diferente, según la doctrina o idea que se defienda. ¿De cual fiarse? De ninguna.

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