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Liopardo

¡EXCLUSIVA! Os cuento cómo fue mi infancia

¡EXCLUSIVA! Os cuento cómo fue mi infancia

-Biblia

BibliaPixabay

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Es que no entiendo por qué la Biblia pasa de puntillas por un periodo tan importante en la formación de la personalidad. Y más en mi caso, que la tengo triple. El libro sagrado solo habla de cuando era un bebé y de un día ya con doce años que me puse a enseñar a los maestros en el templo. Y nada más. ¿No os resulta raro? No es justo que tengáis más datos de la vida de Paquirrín que de la del hijo de Dios. Como solo tengo una pocas líneas, os contaré algunos detalles. Mi existencia era como la de cualquier chaval hebreo de la época: iba a la escuela, donde me enseñaban que mi Padre ( el del Cielo) solo había trabajado seis días ( desde ese momento quise ser cómo él, aunque ya lo era, pero no lo sabía), que la Tierra era cuadrada y que el sol giraba alrededor de ella, que casi todos los alimentos eran impuros y que si una mujer era un poco ligerita había que lapidarla. Lo normal. En casa el ambiente era un poco tenso. Mi padre ( José, el pagafantas de la Tierra) se pasaba el día tirando piedras a las palomas. Mi madre y él siempre discutían, y por más que ella le decía que yo era el hijo de Dios él no terminaba de creérselo. Se peleaban todo el tiempo, por ejemplo con la fecha de mi bautizo. Como no se ponían nunca de acuerdo en nada me quedé sin bautizar, y tuve que ir ya de mayor a que me bautizase mi primo Juan en el Jordán. Ese día mi Padre del Cielo dijo algo, pero yo no me enteré porque tenía la cabeza debajo debajo del agua. ¡Qué oportuno! Sí, mis padres se peleaban mucho, pero siempre se reconciliaban, y así tuve un montón de hermanos, como dice la propia Biblia, aunque mi Iglesia no se leyó bien esa parte y diga que soy hijo único. Cada año escribía la Carta a los Reyes Magos diciéndoles que por favor esa vez no me regalasen oro, incienso y mirra, que eso no eran regalos para un niño, pero me daba igual, porque ahora todos los años me traían lo mismo: una túnica nueva y una figurita de madera. Se nota que mi padre era carpintero. A mí lo de los clavos y la madera me daba repelús, y prefería gastar mi tiempo jugando a resucitar lagartijas o multiplicar comida. Pero no me salía, lo único que conseguí fue quemar un trozo de pan que tenía mi madre para comer, con lo que ese día comimos tostadas. Como os digo, yo no quería ser carpintero, sino predicador. Había oído que ganaban un montón de dinero sin necesidad de trabajar. Ensayaba mis discursos con mis amigos, que hacían de público. Yo les decía que eran unos borregos y que yo era su pastor, pero entonces se enfadaban y dejaban de hablarme. Curiosamente cuando años después repetí lo mismo a los adultos funcionó muy bien. ¡Cuanto más grandes más bobos! Del resto de mi infancia yo mismo recuerdo poco. No me gustaban las lentejas, y crecí deprisa y feliz como cualquier otro niño y pronto me convertí en un joven e inquieto adolescente. Pero eso quizá os lo cuente otro día.

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