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El postureo como forma de vida: gente triste que se cree feliz

Becaria nos cuenta todo lo que busca un buen amigo amante del postureo.

-Imagen de archivo

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Así es ella, así es él en la vida; un suplicio del postureo. Este tipo de persona se cree que hace las cosas por bienestar personal, y todo es para gustar o llamar la atención de los demás. No sabe vivir para sí misma. Sufre necrosis en la autoestima y en el amor, pero su vida es una story de veinticuatro horas en Twitter, Facebook e Instagram.

Cámara fotográfica en modo selfie

No pasa ningún día sin hacerse ninguna autofoto a todas horas y circunstancias: al levantarse, antes de salir de casa, ante el espejo del gimnasio, en el trabajo, en los bares y en la ducha, entre otros muchos sitios. Es la primera persona en darle a "actualizar" a todas las apps de imagen que llevan integradas máscaras con filtros para la cara para ser la primera en probarlas. Después de haber publicado doscientas fotos al día, no se reconoce al mirarse en el espejo. Una verdadera amiga que se mantiene viva haciendo el postureo, va a comprarse cremas para borrarse arrugas del entrecejo que creía que no tenía porque está más acostumbrada a verse con orejas y lengua de gato que en el espejo.

Explota a sus amistades como fotógrafos amateur

Te utiliza para que le haga fotos que no le gustan: no se marca suficientemente su músculo, se ve gorda ni suficientemente guapa o guapo (vaya, con su cara real). Te tiene una hora tirando fotos para, al final no usar ninguna foto y seguir pidiendo fotos a más colegas. Una tendencia más de chicas que de chicos, es que si el fotógrafo es su ligue de turno, la posturera profesional lo puede tener esclavizado un día entero haciendo poses en bares, con paisajes, atardeceres de fondo o haciendo equilibrismos en una roca a la orilla del mar. No salva ni una. Si acaso, una o un par con más filtros que la Capilla Sixtina del Vaticano. Tiene más carrete de fotos rechazadas que publicadas.

Feminista de postureo

También se sube a los movimientos sociales y políticos por postureo, como ahora puede ser el feminismo mercantilizado. Pero no se compra un libro sobre teoría feminista, ni tan siquiera un cómic, le llaman más la atención las cosas que puede ponerse encima y que sean vistas por la gente. Tiene un montón de camisetas con mensajes empoderadores de Inditex con frases tipo "Fight like a girl", "Feminist" o "Girls can do anything", pero su actitud es machista y muchas veces sin darse cuenta: critica los escotes de otras chicas por "frescas" y "busconas", hace comentarios ofensivos contra la famosa de turno por no depilarse las axilas y es una fan declarada de Bertín Osborne.

Bares, qué lugares para posturear

Y no precisamente la Tasca Manolo, Sidrería Gaspar o Mesón Yoli. Y es que la amiga posturera perfecta siempre quiere ir al bar más pijo posible, aunque no le guste el alcohol, para pedirse un cóctel con nitrógeno líquido que le sabe a rayos, pero en la foto queda precioso y es la envidia de sus seguidores, fans y otros enamorados virtuales. Un cóctel bonito es el pavo real de los alcoholes y puede mantenerla en un halo de felicidad ficticia hasta que la foto se queda estancada en los 250 likes. Este tipo de amiga contigo más para que le enseñes bares de postureo nuevos que para hablar. Es capaz de estar media hora preparando una story en Instagram y eligiendo una canción de Daddy Yankee de fondo mientras tú tomas tu gintonic o refresco sin mayores aspavientos, y decides unilateralmente que no volveréis a quedar. A veces se abraza a gente guapa que apenas conoce para hacer la foto y que luego en las redes sociales parezca que tiene amigos. Llora brilli brilli en la intimidad.

Postureo infinito de Instagram

Esta red social es el centro digital de su postureo. Publica un sitio precioso cualquier día de absoluta tristeza. Ellos suelen incluir en el paisaje su coche colocado en un paisaje tipo El Tajo de Ronda de Málaga, sin intención de desmerecer, como si estuviese en el Cañón del Colorado. No recuerda cuándo estuvo feliz por última vez, pero su galería de Instagram transmite una vida idílica y envidiable. Vive su farsa digital y no sabe distinguir la falsedad de su personaje de su tristeza real, y ambas miserias se entremezclan. Un sábado sin planes intenta hacer de lo triste algo feliz y divertido, y se le ve el plumero. Ya no hay vuelta atrás ni botón de borrar y anuncia su despedida de todas las redes sociales. A los cuarenta y cinco minutos vuelve a estar online o se registra un perfil B con otro nombre. Necesita ir a un psicólogo. Nada es para siempre. Es la necrológica de una muerte digital anunciada.

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