Decenas de corredores, al comienzo del último encierro de las fiestas de Sanse

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Sanse | Cultura

"Misa de ocho", primer premio del concurso de microrrelatos

Con motivo de los encierros de San Sebastián de los Reyes, se ha celebrado un concurso de microrrelatos que ha suscitado gran interés dentro y fuera de España. Así lo demuestran los numerosos textos que han llegado desde los diferentes puntos de la geografía española y parte de América Latina.

El IX concurso de Microrrelatos sobre el encierro de San Sebastián de los Reyes, promovido por la Asociación Cultural, ya tiene ganadores. "Misa de ocho", escrito por Susana Fuentes y Roberto Martín, ha sido el título elegido por el jurado como el mejor microrrelato. En él se definen las sensaciones que experimenta un corredor desde el inicio de un encierro hasta que finaliza.

El segundo premio ha sido para el madrileño Vicente Pérez, por su microrrelato titulado "Encierro de hoy". De igual modo, el jurado ha concedido una Mención Especial mediante la entrega de un trofeo a Manuel Román de la Sen, vecino de San Sebastián de los Reyes, por su relato "Encierro Sonado".

Al concurso no solo se han presentado textos procedentes de toda la geografía española, si no que también han llegado escritos desde ciertos países latinoamericanos, lo que demuestra el gran interés que provocan los encierros de Sanse tanto dentro como fuera de las fronteras.

Aquellos relatos que han sido premiados se reproducirán en la web de el-encierro.com y en el calendario 2013 que proporcionará la A. C. El encierro.

Misa de 8

Por Susana Fuentes y Roberto Martin Arroyo, de Alcobendas (Madrid). Primer Premio. IX edición microrrelatos sobre el encierro 2012.

“Nos vemos en misa de 8”. Roberto se despidió de David con la misma frase que todos los días, con esa letanía ilusionante y precisa que se repetía cada agosto, de cada año, y que llenaba de gozo su alma y de plenitud su cuerpo.

“Así sea”, contestó David sin más ornamento. Y siguió su camino hacia el descanso, desposeído, triunfal. Eterno. Roberto vio partir a su hermano y puso rumbo a su hogar, a sus rutinas, a esa vida mecida por su voz serena, por su tacto en calma, ahora  lleno de pulsión y de vida, de fuerza. Infinito. Poderoso.

Aquella liturgia, esa comunión tan ancestral como poética de la que Roberto y David habían participado, poblaba sus sentidos de una mezcolanza inapreciable para cualquiera que no comulgara del rito del encierro. De un aroma pesado y cálido a madera de talanquera, agua, asfalto y sudor. De un regusto vacío y hueco en la boca, entregada a la sed desde el filo de la lengua hasta la garganta. Caras, gestos, gritos y aplausos, la claridad del amanecer que envuelve la mirada una vez rendida la noche. Eco lejano de fiestas, derrotes que cortan el aire. Y en el mismo sacrificio, la gloria de vencer al miedo. Y un solo fin: llegar. Altivo y victorioso. Alcanzar el cielo. Acariciar el viento con la yema de los dedos, como un terciopelo o pálida tersura.

Roberto y David saboreaban aquella sensación imperecedera de vuelta a casa. La brisa arrastraba un rumor machacón de verbena, de plomiza fritanga, de las voces confundidas del taciturno y el madrugador. Pero, en su gozo, todo era un silencio que arrullaba su próxima resurrección: mañana, en la misa de 8.

Hasta entonces, cada hora, cada minuto, cada segundo, era una puerta abierta al recuerdo y a la esperanza: mañana, en la misa de 8, los fieles se entregarían de nuevo a la Eucaristía del encierro. Otra vez la pólvora y los nervios, el dolor y el triunfo, la tradición y la suerte, el toro y la vida.

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