El maestro José Miguel Arroyo, Joselito, ha decidido dar un paso adelante y cuenta la historia de su vida. "Para que la gente se invente cosas, las cuento yo, si lo digo ahora es porque antes me daba un poco de vergüenza, de apuro y porque quiero que mis niños también conozcan mi vida", asegura Joselito.

No se guarda nada en su biografía. Habla de sus padres. Sobre su madre cuenta que "Si ahora me cruzara con ella por la calle no la conocería. No existe en mi cabeza una sola añoranza de esa mujer, ni un detalle de cariño. Nunca supe por qué nos abandonó". De su padre dice que era "buena gente, vividor, me quería a su modo", aunque le define como un capullo."No me quiero parecer a él, pero no me cambié el apellido porque es mi padre".

Una infancia traumática, rodeado de malos tratos, drogas y peores influencias terminaron cuando, a los 10 años, decide que quiere ser torero. "Mi primera escuela fue la calle", de hecho llegó a trapichear con droga en el colegio, "nunca probé la droga, porque ví el deterioro de mi padre y el de muchos amigos".

Su vida cambia cuando se encuentra a sus padres adoptivos. "En cierta forma este libro es un homenaje a mis padres adoptivos. La mayoría de las personas no eligen a sus familias. Nacen donde les toca. Yo tuve la enorme suerte de encontrara mi familia por la calle".

José Miguel Arroyo cuenta en su libro su relación con el resto de toreros que compartían plaza y profesión. De Jesulín de Ubrique cuenta que era "chabacano, pero un excelente relaciones públicas. "Francisco Rivera y yo somos muy parecidos, nos retábamos continuamente, es un buen amigo mío", dice. Con quien más diferencia ha mostrado siempre era con Enrique Ponce. "Tenemos formas de ser muy diferentes, nunca nos entendimos".