Era la noche del 16 de julio de 2010. Adriana salió con una amiga a tomar unas copas por la zona del puerto de Barcelona. Se le acercó un chico en un bar, era marroquí y se mostró atento y educado. Pasadas unas horas, el chico le propuso que se tomara una copa. Fue él a pedirla. Al poco tiempo de beber, Adriana comenzó sentirse muy relajada. Al rato él la sacó del bar y como relató en la denuncia "se puso de pie frente a mí y me besó. Me dejé besar aunque sabía que no era eso lo que quería, pero, me daba igual, pensé que enseguida me iría a dormir. Después empezó a tocarme y a meter la mano debajo de mi vestido, no fui muy consciente de lo que hacía”.

A pesar de su estado, Adriana se negó a ir a la playa con él o a la residencia donde se hospedaba. Ante su negativa, él decidió meterla en el bar y darle otra copa. Ella ya no recuerda más. Las cámaras de seguridad de la residencia muestran como llegan casi a las cinco de la mañana. El hombre la está besando el cuello mientras ella intenta abrir la puerta. Él se hace con las llaves, ella trastabilla. Al final él consigue entrar y se mete detrás de su víctima.

"Lo siguiente que recuerdo es que un dolor me despertó. Estaba encima de mí. No grité, ni me asusté. Me sentía como si estuviese aún bajo los efectos de la anestesia después de una operación", relata Adriana en su denuncia. Además de violarla, el hombre le robó los móviles y el dinero. Antes de irse el agresor grabó un vídeo con su teléfono, aunque eso ella no lo supo hasta un mes más tarde, cuando le detuvieron.

Sin embargo, la jueza del caso dejó libre al agresor, pues considera que las relaciones que tuvieron "fueron consentidas". Adriana se lamenta amargamente de esta decisión. "Ni siquiera ha celebrado juicio, por lo que no me puedo ni defender. Está en la calle y puede violar a otra chica tranquilamente".