Tomamos el ejemplo de buscar en un mapa el mejor camino para desplazarnos de un punto a otro. Los datos que se procesan es que, de 9 a 11 de la mañana es mejor evitar la carretera A porque hay atasco. Si es fiesta, no podremos ir por la B porque está cerrada. Y en días muy lluviosos, ni de broma cogemos la vía C porque es peligroso.
Un algoritmo que contenga todas estas instrucciones dirá que si son las 10 de la mañana, es festivo y hace sol, debemos viajar por la carretera C. Un algoritmo es en definitiva un grupo de instrucciones lógicas y ordenadas que permiten solucionar un problema, y la mayoría de las veces no somos conscientes de que los utilizamos cada día.
Google usa uno que permite que cuando busquemos, aparezcan unos resultados y no otros. En su algoritmo, en sus "instrucciones", ha introducido hace poco por ejemplo que las webs que se adapten bien al móvil, subirán posiciones en sus búsquedas.
¿Y no se han preguntado cómo conseguiremos que los coches sin conductor no atropellen peatones? Con un algoritmo que les precise cómo distinguirlos. Esa figura vertical que se traslada por el paso de cebra... es un ser humano, mejor frenar.
¿Y cómo consigue Spotify recomendarte ese grupo que no conocías y resulta que te encanta? Otro algoritmo que determina que si escuchas ese tipo de música, te gustará esta otra que es parecida, o aquella que escuchan los que comparten tus gustos y te la recomendará.
Y si te gusta, las comisuras de tus labios se elevarán: otro algoritmo (uno que reconoce emociones) incluirá esa orden. Ese gesto es una sonrisa e indica que estás contento. Algoritmos que hacen nuestra vida más fácil y con los que convivimos cada día sin saberlo.
