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La tarde en la que desaparecen los niños, José Bretón realiza una hoguera en la finca Las Quemadillas. Los servicios antiincendios detectaron una densa columna de humo a las cinco y cuarto de la tarde. A partir de ese momento nadie volvió a ver a los niños.

Un mes después la Policía Científica de Madrid analiza restos hallados entre las cenizas. La conclusión no deja duda: los huesos hallados son de origen animal. Por eso, el juez cree que la hoguera es una pista falsa dejada por Bretón en la que habría quemado pequeños roedores. Y se abandona esa vía de investigación.

Meses después la familia materna pide un contrainforme. Algunos policías le indican, incluso, el experto al que acudir: Francisco Etxeberría, un prestigioso antropólogo forense. Su informe da, hace dos semanas, un vuelco al caso. Analiza cerca de dos centenares de trozos de huesos y nueve dientes y concluye que son restos de dos niños de entre dos y seis años.

Al conocer su resultado y por tratarse de un informe de la acusación particular, la Policía encarga un tercer análisis a José María Bermúdez de Castro, otro reputado antropólogo. Su conclusión es la misma: se trata de huesos de niños.

Bretón no realizó una simple hoguera, sino que prácticamente construyó un horno con ladrillos y una placa metálica para lograr una mayor combustión. Por eso, el experto contratado por la familia cree que será imposible encontrar en los huesos restos de ADN.

Dos cuestiones quedarían sin aclarar: no se sabrá si los restos óseos pertenecen a Ruth y José y tampoco podrá saberse la forma y el momento en que murieron.

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