Una madre y su hijo en un campo de refugiados

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ACTIVIDADES COMUNITARIAS EN LOS CENTROS DE ACOGIDA

Refugiados empiezan a colaborar en sus albergues ante la imposibilidad de trabajar en Alemania

Más de 3.500 solicitantes de asilo participan ya en el programa puesto en marcha por el Gobierno de Berlín para impulsar su entrada al mundo laboral, que todavía tienen vedado, a través de actividades comunitarias en los albergues en los que se alojan.

El responsable de Sanidad y Asuntos Sociales del Ejecutivo de la ciudad-estado, Mario Czaja, presentó la alternativa de realizar actividades comunitarias en uno de los centros de acogida berlineses, situado en las afueras de la capital y gestionado por la asociación cristiana CJD.

"Con este programa las posibilidades de obtener un trabajo aumentan significativamente. Pero no sólo eso, también se les da la oportunidad de aprender, establecer nuevos contactos o perfeccionar el idioma", afirmó Czaja.

Los refugiados realizan actividades sin ánimo de lucro entre 6 y 8 horas diarias y se dedican, principalmente, a las áreas de servicio de limpieza, cocina, traducción y cuidado de niños y personas mayores, explicó Petra Densborn, responsable de CJD. Se han sumado ya al programa 3.510 en los albergues y otros 415 colaboran en organizaciones sin ánimo de lucro, otra de las posibilidades abiertas para ellos. Los solicitantes de asilo cobran 1,05 euros por hora -frente a los 8,5 euros del salario mínimo interprofesional en Alemania- y pueden trabajar hasta 80 horas al mes, lo que supone recibir un máximo de 84 euros mensuales.

Este es el caso de Amanullah, un joven afgano de casi treinta años que llegó a la capital alemana hace pocos meses después de cruzar diversas fronteras en un largo viaje que realizó a pie, en tren, barco, coche o autobús. "No es seguro estar allí. Siempre explotan bombas y no puedes vivir en libertad. Es peligroso. (...) Venimos porque buscamos una vida mejor", dijo para explicar su decisión de huir del país dejando atrás a sus padres y a sus siete hermanos.

En el programa, que califica de "muy necesario" porque "ayuda a mejorar", trabaja como traductor de inglés, idioma que aprendió en su país gracias a la ayuda de un soldado estadounidense y que aquí le sirve para "facilitar la comprensión" entre los alemanes y los refugiados que llegan. Sin embargo, su miedo y el de todos los que lo acompañan es el mismo: ser deportados.

Con un inglés perfecto Mustafá, procedente de Kabul y que comparte silla con Shabir y Rahim Mohammadi, también afganos, coincidió en que "el gran problema y el gran miedo" es ser devueltos a su país. "Allí no podemos mejorar nuestras vidas porque siempre hay bombardeos constantemente", añadió. Solo en el año pasado, cerca de 1,1 millones de personas cruzaron las fronteras de Alemania con la intención de solicitar asilo en el país. Según los datos facilitados por el Gobierno, un 40 % procedía de Siria, un 14 % de Afganistán y en un 11 % de Irak, seguidos de Albania, Kosovo, Irán, Pakistán, Eritrea, Serbia y Macedonia.

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