Una de las bombas nucleares que cayeron en Palomares

Publicidad

SEGÚN PUBLICA THE NEW YORK TIMES

De los 40 militares de EEUU que ayudaron a limpiar Palomares, 21 ha desarrollado cáncer

Al parecer las autoridades del Departamento de Salud estadounidenses no alertaron a los participantes de la posible existencia de elementos radiactivos, y décadas después las ayudas en servicios sanitarios no cubren los tratamientos para los afectados.

Veintiuno de los cuarenta militares estadounidenses que colaboraron en las tareas de limpieza tras el accidente nuclear de Palomares, en 1966, desarrolló cáncer, según una investigación publicada por el periódico 'The New York Times'.

El periódico recoge los testimonios de varios militares de EEUU que formaron parte del equipo de limpieza que durante tres meses recogió la tierra contaminada por el plutonio liberado por las bombas de hidrógeno caídas tras un choque entre dos aeronaves estadounidenses en plena Guerra Fría.

Según informa el mismo medio, las autoridades del Departamento de Salud estadounidenses no alertaron a los participantes de la posible existencia de elementos radiactivos, y décadas después las ayudas en servicios sanitarios no cubren los tratamientos para los afectados.

De esos 21 hombres a los que se les detectó cáncer, nueve murieron ya a consecuencia de esa enfermedad, aunque The New York Times admite que es "imposible conectar los cánceres a una sola exposición a la radiación", aunque sí hay "indicios".

En las entrevistas que algunos de los supervivientes realizaron con el periódico, los hombres señalaron cómo las medidas de seguridad sanitarias fueron más bien escasas, como recuerda el militar Larry L. Slone, que trabajó en Palomares a la edad de 22 años.

Según Slone, los fragmentos de tierra contaminada se ponían en simples bolsas de plástico y se recogían con las propias manos: "Un par de veces me revisaron con un contador Geiger (...) pero nunca se quedaron con mi nombre ni me hicieron seguimiento", explica Slone.

"No nos dijeron nada sobre radiación, plutonio ni nada parecido", dijo al periódico otro militar, Frank B. Thompson, de 72 años y ahora con cáncer de hígado, riñón y pulmón. "Nos dijeron que era seguro, y nosotros fuimos lo suficientemente necios para creerles", agregó, Thompson, que cuando trabajó en la limpieza de Palomares tenía también 22 años.

De hecho, la Fuerza Aérea de EEUU alimentó a sus soldados con los tomates y frutos de la zona que los españoles se negaban a comer: "Desayuno, comida y cena (...) Nos decían que no estaban malos", subraya el policía militar Wayne Hugart. Además, según recuerda otro militar entrevistado, los milicianos no tenían ni tiempo ni el equipo necesario para seguir el protocolo antiradiación que la situación requería.

Pero más allá de la enfermedad que padecen los antiguos soldados, el agravante de la situación es que la Fuerza Aérea estadounidense no reconoce que hubiera ningún tipo de radiación peligrosa en el lugar del accidente, por lo que esta no cubre los tratamientos médicos a los que ahora se enfrentan Thompson, Slone y el resto de que estuvieron de Palomares.

"Entrevistas con docenas de hombres como el señor Thompson y los detalles de archivos desclasificados cuentan una historia distinta", señala The New York Times. La investigación, dividida en dos crónicas distintas, también recuerda la vida tras el accidente de los vecinos de Palomares y cómo estos tuvieron que hacer frente al estigma que hoy en día aún perdura en el pueblo del sureste de España.

"Vivir en una zona radiactiva que nadie ha querido limpiar nos ha traído un montón de mala publicidad y ha sido algo que pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles", dijo al New York Times el exalcalde de Palomares Juan José Pérez Celdrán.

Cincuenta años después, en el pequeño pueblo quedan aún 50.000 metros cúbicos de materiales que contienen radiactividad. A finales de 2015, el secretario de Estado John Kerry firmó un acuerdo con el Gobierno de España por el cual EEUU se comprometió a rehabilitar Palomares y a llevarse los residuos restantes a un cementerio nuclear en territorio estadounidense.

Publicidad