Los candados del amor

Una sorpresa mayúscula.

En Italia había tradiciones vinculadas a candados colocados en diversos lugares al final, por ejemplo, del servicio militar, pero yo entonces no las conocía. Busqué durante mucho tiempo una leyenda de amor que pudiera presagiar un gesto ritual que ambientar en Roma para Step y Gin en Tengo ganas de ti, pero no encontraba ninguna que se adecuara a mi caso. Por ello inventé una totalmente nueva para convertir en simbólico un lugar que hasta aquel momento no se conocía históricamente por ningún otro motivo, Ponte Milvio, que hoy ha llegado a ser un símbolo de amor. Tanto que ha dado lugar a muchas polémicas a causa de los presuntos riesgos que podría suponer el número de candados dejados por los visitantes.

Cuando un lugar es más que un lugar, cuando la coordenada histórico-geográfica se convierte en algo más, en un símbolo, un lugar —ese lugar— se ha transformado para siempre. Y pase lo que pase, quedará en el corazón de la gente como aquello en lo que se ha convertido. Cuando escribí Tengo ganas de ti nunca se me habría ocurrido que en Ponte Milvio nacería la moda del candado. Uno no escribe una historia para crear una moda a cosa hecha. Los personajes, las sugerencias van más allá de la voluntad inicial del autor, más allá de la intención. Cobran fuerza, toman direcciones inesperadas. Las personas las adoptan, las transforman y las eligen. Eligen adoptar un ritual que han leído por casualidad en las páginas de un libro que habla de dos jóvenes que se aman y que para celebrarlo ponen un candado en el farol de un puente y tiran la llave en el río para que parezca más real ese «siempre» que se han jurado. Y resulta que ahora esa historia ha «desembarcado» en el mundo.

Hay muchos candados en Francia, en París y en muchos otros países... ¡y también en diversos puentes de España!