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El Silicon Valley de censurar

Carta abierta de Gerardo Tecé a los censores que campan a sus anchas en 2018.

-Una persona tecleando en un ordenador

Una persona tecleando en un ordenadorPexels

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Queridos censores, mi enhorabuena. Estáis, como dicen los publicistas de anuncios de chocolate, en un momento muy, muy dulce. Ese placer oculto que cruje como unas esposas cerrándose alrededor de una muñeca, ese sueño húmedo (como una celda) de prohibir y castigar a vuestro antojo formas de expresión que os resultan molestas, ya es una realidad del día a día con la que empezamos a acostumbrarnos a vivir. Lo habéis conseguido. ¡Y en pleno 2.018! Doble mérito, porque no era nada fácil lograr algo así en una época con tanto telefonito, tanta libertad y tanta tontería. Pero como dice Paulo Coelho, si tienes un sueño y lo deseas con fuerza suficiente, el Universo y la Fiscalía conspiran para que se cumpla.

Sé que el término censores no os gusta, es cierto que suena a malo de película y quién quiere ser el malo de una peli pudiendo darle la vuelta como un calcetín a la historia y ser el héroe. Vosotros, como es lógico preferís llamar a lo vuestro “amar mucho la parte de la ley que más nos gusta”. E interpretarla como un patriarca del ISIS interpreta el Corán. Ejem. Pero bueno, es normal que le deis esa vuelta al diccionario, todos lo hacemos. Hoy día, el lenguaje puede usarse como se quiera -incluso hay quien llama a los muertos por bombas “daños colaterales”- excepto para hacer chistecitos inapropiados, claro está. Que una cosa es apuntarse a un bombardeo y otra cometer un delito.

Estáis tan enrachados que cuesta trabajo seguiros el ritmo, sinceramente. Parecéis Calamaro en sus buenos años, sacando un disco nuevo cada semana. Vuestro talento a la hora de censurar no tiene límites y gracias a vuestra capacidad de innovación, España es hoy el Silicon Valley de castigar cosas absurdas. Cada mes parece toda una década de avances. Parece que fue ayer cuando pensábamos que habíamos tocado la cima con aquello de detener a personas por escribir tuits. Qué pardillos y jóvenes éramos. Años después, después de raperos, después de gente con marionetas, de gente que mostraba su cuerpo junto a una iglesia, después de gente que se tapaba la nariz con un complemento de payaso, de gente que quería mostrar fotos molestas, de humoristas que se reían de lo equivocado, después de gente que hacía rimas con ladrones o con tiburones… después de tantos grandes éxitos, muchos pensábamos que ya no había mucho más margen para prohibir cosas. “Qué van a prohibir ahora, ¿silbar?”, dijo entonces alguien de broma y un cens… un amante de la ley, quería decir, debió de escucharlo y decidió ampliar el catálogo. Al poco teníamos una multa a un señor por pitar un himno. Si para gustos los colores y a estos hay cosas que no les gustan, cualquier día prohíben los colores, dijo alguien con una lógica impecable. El fin de semana pasado, mientras estaba en unas mini vacaciones desconectado de las noticias, leí de refilón que la policía estaba confiscando en un partido de fútbol prendas que fueran de color amarillo y JURO que durante una milésima de segundo pensé que era otra obra maestra de los amigos de El Mundo Today. Pardillo como hace años. No. Era de nuevo el Silicon Valley que nunca para, llegando con un nuevo invento en cens… amar a la ley.

¿Hasta dónde llegaremos? Solo ellos, los superhéroes amantes de la parte de la ley que más les gusta, e interpretada como les sale de los huevos, saben hasta donde llegaremos. Pero una cosa está clara: nunca hay que parar, porque el mal y las cosas que molestan, nunca descansan. Deberían empezar a vestir capa. Que no sea amarilla, por supuesto.

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